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Cierta edad, o edad tan cierta

Cuando me veo en el espejo recuerdo aquellas frases de mi madre, catastrofistas entonces, en relación con la edad y lo cruel y despiadada que es cuando llegamos a “esa edad”.

Cuando me veo en el espejo recuerdo aquellas frases de mi madre, catastrofistas entonces, en relación con la edad y lo cruel y despiadada que es cuando llegamos a “esa edad”.

Esta.  Recuerdo bien:-¡Hija, aprovecha ahora esta moda porque cuando tengas mi edad ya no podrás usarla!-.  O aquella de: -¡cuando yo tenía tu edad me ponía unos tacones como los tuyos y ya no puedo!-.  Es cierto, un día de pronto el espejo demuestra que la niña que llevas dentro es una señora.  Bueno, ahora yo tengo la edad que tenía ella entonces y sigo usando los mismos tacones; forman parte de mi estilo.

Sí he de reconocer algo y es que, en muchos de sus consejos lapidarios, tenía razón.  En otros no.  Cierto, ya no me permito usar algunas de aquellas prendas porque hay cosas que la edad no perdona.  La insensatez, por ejemplo.  No.  Ya no me permito ese tipo de lujos, son demasiado caros.  No puedo perder mi esencia, es carísima.  Me ha costado y me cuesta mucho aprenderla, aceptar lo que soy y lo que no, y mantener y cuidar mi estilo personal. 

Esta edad me permite ver más allá de lo que a simple ojo te dejaba ver la juventud.  Y sí, mi madre tenía razón en algo de la edad.  Me ha hecho consciente de que no todo vale.  No todo es “ponible” ni tragable, como tanto de lo que se ve en personas de una cierta edad, y que en algunos casos es hasta punible y de cárcel.  La juventud es arriesgada, inocente en su irreverencia y en muchos casos e ignorante de su fuerza.  Trata de elevar el tono para que se le escuche, y yo la aplaudo.  La búsqueda de la identidad y auto reconocimiento pasa por esos momentos y de una u otra forma y se puede manifestar con estridencias y hasta con carencia de respeto. 

Sí.  El problema viene cuando ya vas entrando en “esa edad” en la que pretendes seguir igual de indómito y crees estar en la cresta comprando el último modelito de Gaultier, (que solo él se podría poner) y, claro, el esperpento se crece por doquier.  Aquí un pantalón embutido y choricero de un color insolente, allá una blusa amenazante como la explosión del Pacaya, o esos trajes que si se rompieran al levantar el brazo provocarían destrucción nuclear.  Esa tirana llamada moda, es tan irracional, absurda, y pretenciosa, que además llena de frustrantes ideas de “armarios llenos de nada que ponerse” y a muchos lleva a vestirse de carnaval todo el año.  Duele la cabeza al ver tanta carne suelta y tan poco cerebro con pelo pegado. 

El estilo y el buen gusto es algo sutil que se forja con sentido común, educación y con el arte de las buenas formas en todo su contexto.  La elegancia no se compra.  Se trabaja.  La aparente espontaneidad se crea con la pulcritud, cuidado personal sin narcisismos, buenas costumbres, civismo, y el respeto, elementos que visten desde adentro.  Con la edad adquiere mayor fuerza la frase de Coco Chanel: -“la moda pasa y el estilo permanece”-.  Ese es el hacedor del brillo, el que eleva al que lo posee y atrapa al que lo ve.  Las luces de Navidad, para el arbolito.  ¡Felices Fiestas!

DISEÑADORA CAROLINA HERRERA  Y OLIVIA PALERMO BLOGUERA DE MODA Y SOCIALITÉ

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